Y del Lenguaje Sin Palabras del Espíritu
 
 
The Theosophical Movement
 
 
 
 
 
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El siguiente artículo es una traducción de un texto
publicado en la edición de marzo de 2013 de la
revista internacional “The Theosophical Movement”.
 
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“…Sin embargo, guardar silencio cuando una
persona inocente está siendo calumniada es impensable”.
 
 
 
La sabiduría popular ha comprendido intuitivamente la importancia del silencio, reflejada en el proverbio que afirma: “La palabra es plata y el silencio es oro”. Uno de los males más degradantes para la sociedad moderna es el parloteo constante, que es un mal uso del habla. Muchos de nosotros hablamos por hablar. Cuando dos o más personas se reúnen, sus conversaciones suelen ser insustanciales, triviales; a menudo se burlan de una persona ausente. Las conversaciones inútiles degeneran fácilmente en habladurías y murmuraciones. Es todo un desafío formar parte de un grupo y no involucrarse en chismes y calumnias. De vez en cuando, y con algún esfuerzo, uno logra desviar la conversación de estos asuntos, para hablar del clima o de algún tema social o político. William Judge se lamenta de esta falta de sentido común por parte de la humanidad, diciendo: “Perdemos demasiado tiempo en asuntos insignificantes, aun cuando la mayor parte de ellos son transitorios. Dentro de cien años, ¿de qué habrá servido todo esto?”.
 
Para empezar, la práctica de guardar silencio, evitando las habladurías, las burlas obscenas, el fisgoneo personal y las conversaciones banales es útil y elevadora. No serviría de nada guardar silencio durante una hora o más, y después cometer alguno de los pecados del habla. Muchos de nosotros participamos en conversaciones insustanciales. La mejor manera de determinar si una conversación es útil o no, es formular una pregunta simple:
 
“¿Es necesaria?”.
 
Una conversación es inútil si en ella se dice lo que no es necesario decir. Si es necesario decir algo, surgirán preguntas sobre cómo y cuándo decirlo. Un aforismo chino afirma:
 
“El sabio no dice lo que hace, pero no hace nada que no pueda decirse”.
 
Hay familias cuyos miembros se comunican muy poco verbalmente. Sin embargo, la presencia silenciosa da mucho apoyo.
 
En ocasiones, de manera sutil y aparentemente inofensiva, ponemos a nuestra personalidad en primer plano con una asertividad desmesurada; por ejemplo, cuando les decimos a los demás lo que vamos a hacer con relación a asuntos que no es necesario comunicar. Algunos de nosotros tenemos que narrar cada detalle insignificante de lo que ha sucedido en el trabajo a los miembros de nuestra familia, y, del mismo modo, no podemos evitar hablar de nuestra vida familiar con nuestros colegas.
 
Quizás no nos involucramos en habladurías o en charlas obscenas, pero bajo el pretexto de tener interés en el bienestar de otro podemos cometer el pecado de entrometernos en los asuntos de otras personas. Hablar de nuestra propia personalidad tiende a fortalecer el egotismo. William Judge nos aconseja que durante una conversación debemos tratar de mantenernos en segundo plano, y debemos dejar que la otra persona hable. Tenemos que eliminar el deseo de hablar acerca de nosotros mismos. Comenzar a luchar contra los pecados del habla es prepararse para el silencio real. Guardar silencio con regularidad es una gran ayuda. Estar en silencio durante unos minutos todos los días a la misma hora es mejor que estar en silencio durante mucho rato cada día a una hora diferente. Guardar silencio a horas regulares es un entrenamiento para la memoria y la atención.
 
Existe algo parecido al habla sin palabras; en cierto modo, el silencio es un ejemplo de ello. Hay un verso sánscrito que dice que el gurú es joven y los discípulos son viejos; que la enseñanza es el silencio y aun así las dudas de los discípulos son disipadas. En ocasiones las palabras no son necesarias. Una madre que se sienta junto a la cama de su hijo enfermo no necesita decirle palabras tranquilizadoras a este, y sin embargo, algo cálido y confortante surge de su corazón, y el niño lo siente.
 
Uno de los requisitos de la vida espiritual es aprender el valor del silencio. El silencio es necesario para conservar la energía espiritual, ya que una de las principales vías a través de las que ella es desperdiciada son los sonidos vacíos y las conversaciones superficiales. En el nivel más elevado, es el Yo Superior el que habla.
 
Thomas Carlyle dice:
 
“No hables, te lo ruego con vehemencia, hasta que tu pensamiento esté maduro, hasta que tengas algo que decir que no sean insensateces: no muevas la lengua si no hay ningún significado detrás de tus palabras. Considera la importancia del SILENCIO”.
 
La teosofía advierte contra la hipocresía de guardar silencio por fuera y permitir que la mente sea ruidosa y turbulenta. En los hogares hindúes, a menudo las mujeres ancianas siguen la disciplina de guardar silencio durante más o menos una hora. Sin embargo, se sientan y observan a sus hijas o nueras, que quizá están trabajando en la cocina, y continuamente se comunican con ellas por medio de señas o gestos. Este no es un silencio verdadero. Silencio significa acallar el parloteo de la mente inferior. Debemos silenciar la mente, no dejándola en blanco, vacía o pasiva, susceptible a cualquier influencia externa, sino concentrándola en alguna idea noble y elevada. Los pensamientos son la base de las palabras. Una mente mezquina, malvada o dispersa no puede generar más que pensamientos mezquinos, malvados y dispersos. En última instancia, guardar silencio es un ejercicio del alma. En el proceso del desarrollo espiritual, la ayuda y la orientación vienen de los planos internos del ser, y para recibirlas debemos detener el parloteo interno y externo.
 
A veces el silencio es la mejor respuesta. En una riña doméstica – o en cualquier otro tipo de discusión -, si no queremos empeorar la situación podemos guardar silencio, incluso si se nos acusa injustamente, siempre y cuando seamos los únicos afectados. En lugar de condenar o regañar a alguien, si uno se retira en silencio y con piedad le da a esa persona la oportunidad de calmarse. Podemos decidir guardar silencio si eso va a salvar la vida de alguien. Hay una historia de un sadhu a quien un grupo de hombres corriendo con espadas en la mano le preguntó en qué dirección se había ido el ladrón. Aunque sabía la respuesta, el sadhu guardó silencio.
 
Sin embargo, guardar silencio cuando una persona inocente está siendo calumniada es impensable. Refiriéndose a la violencia contra las mujeres, Ashwin Sanghi escribe que no podemos estar callados frente a las atrocidades. No podemos seguir ignorando las injusticias contra las mujeres que continúan existiendo en nuestra sociedad. Sanghi cita a Martin Niemöller, un teólogo antinazi que habló de la inactividad de los intelectuales alemanes durante el ascenso al poder por parte de los nazis: “Primero vinieron a por los socialistas, y no dije nada porque yo no era socialista… Después vinieron a por los judíos, y no dije nada porque yo no era judío. Finalmente vinieron a por mí, y ya no quedaba nadie que hablara en mi defensa”. Valdría la pena que la mayoría silenciosa tomase en serio las palabras de Martin Niemöller y rompiese el silencio que ella misma se ha impuesto. Por otro lado, aquellos que han estado hablando incesantemente pueden tener en cuenta las siguientes palabras de Martin Farquhar Tupper, poeta y filósofo inglés del siglo XIX: “El silencio en un momento oportuno es más elocuente que la palabra”. (“The Times of India”, 14 de enero de 2013).
 
Frecuentemente, las conversaciones inútiles o nocivas son la manifestación externa de los aspectos impuros de la naturaleza kámica de uno. Hay un verso que dice: “No es lo que entra en la boca lo que contamina, sino lo que sale de ella”. Después de comer empieza un proceso de asimilación del alimento y eliminación de los productos de desecho. La salud del cuerpo mejora o empeora con cada bocado de comida que ingerimos. Una de las principales maneras de determinar la condición del cuerpo es examinar el proceso de eliminación y los productos de desecho. Nuestra naturaleza psíquica se alimenta de ciertos deseos y pensamientos, y tiene sus propios procesos de asimilación y eliminación, de mantenerse en buena o en mala salud.
 
Shri B. P. Wadia escribe que uno de los modos de eliminación está relacionado con el habla. Además, él señala que, en el camino del crecimiento espiritual, los procesos de aprender y de escuchar no están separados, y preceden a los procesos de enseñar y de hablar. En la antigua India, al buscador serio que quería recorrer el camino espiritual se le llamaba shravaka, oyente. En la antigua Grecia se le llamaba akoustikós. Ni siquiera se le permitía hacer preguntas; en lugar de esto se le daban bija-sutras o semillas de pensamiento para que meditara en ellas y las comprendiera lo mejor posible. Se pretendía que estos pensamientos fuesen un alimento purificador que, si era asimilado correctamente, limpiaría sus deseos, su naturaleza kámica. Una vez que él empezaba este camino, estaba listo para convertirse – con el tiempo – en un hacedor, un practicante, un shramana, equivalente al asketos de los griegos.
 
Aquellos que buscan la perla de la sabiduría deben fortalecerse por medio del voto de silencio, que consiste en imponerse un período de silencio de manera regular; en no decir falsedades ni involucrarse en conversaciones nocivas o inútiles; en no hablar de nuestras propias fallas y debilidades, puesto que al hablar de ellas no hacemos más que empeorarlas. Por último, no debemos hablar siquiera de lo que es verdadero excepto en el momento oportuno, con las personas adecuadas y en las circunstancias convenientes.
 
Gandhiji le dijo a una persona que visitaba Sevagram en diciembre de 1938 que el silencio se había vuelto una necesidad física y espiritual para él, y añadió:
 
“Al principio guardaba silencio para aliviar la sensación de agobio; después, porque quería tener tiempo para escribir. Sin embargo, tras haber practicado el silencio por algún tiempo, percibí su valor espiritual. De repente se me pasó por la cabeza que en los momentos de silencio era cuando mejor podía estar en comunión con Dios”.
 
Dentro y fuera de nosotros hay mil y una voces que exigen nuestra atención. Están las voces de la carne, como por ejemplo: “Estoy cansado, tengo frío, tengo hambre”. También está la voz de los deseos y de las ambiciones egoístas, además de la voz de la mente inferior, que continuamente planea cómo satisfacer estos deseos. Existe la voz del afecto personal y de la preocupación por la familia y los amigos. Todas estas voces tienden a acallar la “pequeña voz silenciosa” de nuestra naturaleza superior. De vez en cuando, cuando logramos controlar el parloteo de la mente inferior para estar en sintonía con nuestra naturaleza divina, recibimos “comunicación” – orientación e iluminación – de los planos internos del ser, la cual es descrita como “voz de la conciencia” o “susurros de Buddhi a Manas”.
 
La obra “Luz en el Sendero” nos dice que “para obtener el silencio puro necesario al discípulo, hay que dejar a un lado el corazón y las emociones, el cerebro y sus racionalizaciones”. Solo entonces uno será capaz de oír “el sonido insonoro” o “la voz en el sonido espiritual”. El primer fragmento de “La Voz del Silencio” enseña que hay un momento en la vida del aspirante en que él escuchará la voz del Dios interno, o Yo Superior, de siete modos distintos. El primero de ellos es como la melodiosa voz del ruiseñor; el segundo, como el címbalo argentino de los Dhyanis, y el último vibra como el sordo retumbar de una nube tempestuosa. El séptimo sonido absorbe todos los demás sonidos; es la voz del silencio. Este sonido debe percibirse en el elevado estado de samadhi, en el que uno pierde toda sensación de individualidad y se convierte en el TODO. El fragmento también indica los requisitos previos para escuchar la voz del Yo Superior, tales como aquietar los pensamientos, apartar la mente de los sonidos externos y de toda visión exterior, y fijar toda la atención en el Maestro.
 
Podemos aprender a estar algún tiempo, todos los días, en soledad. Las tradiciones místicas del islam enfatizan la necesidad de alejarse de las actividades de la vida y pasar algún tiempo todos los días meditando en silencio. Algunos de nosotros no podemos permanecer solos por más de 10 o 15 minutos sin usar el teléfono, encender el televisor o escuchar música. Cada día deberíamos guardar silencio durante unos minutos y reservar media hora para meditar.
 
David Villaseñor, en su ensayo “Silence”, lo expresa así:
 
“Entre los indios, el silencio es ese estado que se alcanza cuando la mente se vacía completamente de todo lo relativo al mundo físico y se libera del ‘sentido de individualidad’… Cuando trata de estar en calma y en silencio, el hombre civilizado siente soledad e incluso una melancolía extrema que pueden hacer que esta experiencia sea aterradora; sin embargo, si aprende a comprender este obstáculo, podrá superarlo. Entonces descubrirá, como hicieron los indios hace mucho tiempo, que estar en soledad en la cima de una montaña al amanecer o al atardecer, o junto a una cascada en algún desfiladero escondido de belleza etérea, y absorber esta majestuosidad con paz y admiración absolutas, en las cuales el alma se funde con la creación y se olvida de sí misma, es fusionarse con una alegría y una felicidad tan tremendas que ningún placer terrenal puede comparárseles… Entre los indios, el silencio es verdaderamente el lenguaje del espíritu”.
 
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El artículo “La Importancia del Silencio” es una traducción del inglés y ha sido hecha por Alex Rambla Beltrán, con apoyo de nuestro equipo editorial. Texto original: “The Importance of Silence”. La publicación en español ocurrió el 08 de abril de 2021.
 
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