El Proceso del Aprendizaje Interno en la Teosofía
 
 
Carlos Cardoso Aveline
 
 
 
El discipulado laico exige atención
 
 
 
¿Qué es un “discípulo laico” en la filosofía esotérica clásica?
 
La expresión es perfectamente válida en la realidad del siglo XXI. Todo estudiante serio de teosofía puede transformarse, hasta cierto punto, en un discípulo laico.
 
El estudiante que sabe lo que quiere no solo lee, sino que intenta vivir la sabiduría divina contenida en la literatura teosófica auténtica. Es así como se convierte en discípulo, es decir, en aprendiz. Los libros de teosofía original contienen patrones vibratorios que aproximan a uno, poco a poco, al discipulado, una palabra que significa, simplemente, “aprendizaje”.
 
Es importante abordar con simplicidad el tema, porque cualquier sentido de autoimportancia y vanidad conduce a un desastre. La derrota a través de la vanidad no solo llega sigilosamente y sin previo aviso, sino también convenciendo al infeliz derrotado de que es un “gran vencedor”. El orgullo trae la derrota. La humildad, unida al coraje, prepara la victoria. Es importante reconocer, pues, desde el inicio, que el discípulo no es más que un aprendiz.
 
En la teosofía, los conceptos de discípulo regular y discípulo laico son vivenciales. El intelecto es importante, pero no es visto como un elemento aislado. La mente es inseparable de las otras dimensiones del ser. Un discípulo laico es alguien que vive en familia y no en los ashrams de los Mahatmas, en los Himalayas. Por tanto, no se somete a entrenamientos más técnicos en su vida mística.
 
Para los teósofos, el camino que lleva a la sabiduría pasa por el estudio y la vivencia de la literatura universal y de las tradiciones filosóficas de los diferentes pueblos. Este estudio se lleva a cabo a la luz de las enseñanzas y claves de interpretación que fueron dadas a través de Helena Blavatsky. El aprendizaje interno es posible en la medida en que el estudiante opta por una vida personal simple, sencilla. Por tanto, el estudio intelectual no es suficiente. Hace falta adoptar una actitud existencial ante la enseñanza. Uno debe cambiar paso a paso e íntegramente. El proceso es silencioso y gradual. El estudio de la teosofía no da a nadie un diploma ni la sensación de ser alguien “importante”; lo que da es sabiduría y autoolvido. La visión universal de la vida que el estudiante adquiere renacerá con él como un “don” en sus vidas futuras.
 
En la teosofía, no hay separación entre el alma y la mente. El discipulado “laico” es un saber del alma, pero exige una expansión del intelecto. Expandiendo la mente, se expande la energía del espíritu universal. El teósofo lee cada frase de un libro desde el punto de vista del alma. El arte de leer es crucial. El estudio debe ser contemplativo. Marco Tulio Cicerón, el pensador romano clásico, no piensa que el origen de la palabra “religión” sea “religare” o “unir”. Para él, el origen de la palabra “religión” es “relegere”, es decir, “releer”. El motivo, según Cicerón, es que, desde el comienzo de la civilización, los sabios “releen” las escrituras sagradas. [1]
 
A lo largo de milenios, los estudiantes de filosofía esotérica leen y reflexionan sobre las obras clásicas que el buen karma les permite obtener, y hacen esto en una encarnación tras otra. Meditan intensamente sobre la literatura sagrada. Este es, sin duda, un factor central para el aspirante al discipulado laico en el siglo XXI, y lo mismo ocurrirá en los próximos siglos. Desde hace muchos miles de años, los estudiantes de filosofía clásica y filosofía esotérica estudian y viven la sabiduría eterna, en Occidente y en Oriente. Y poseen bastante material sobre el que reflexionar y contemplar en las próximas decenas de miles de años. La literatura disponible fue generosamente reforzada en el siglo XIX a través de Helena Blavatsky.
 
Contemplando la verdad eterna y abstracta, las almas de los estudiantes se unifican, paso a paso, con la Ley Universal. Descubren la paz incondicional y la libertad interior. Mientras tanto, en el plano de la existencia externa, los desafíos son constantes. Es necesario estar preparado para lo imprevisible y practicar el arte de estar atento.
 
Prepararse Para los Imprevistos
 
El estudiante no sabe cuántos obstáculos, o ayudas, surgirán inesperadamente a su paso. Pero puede decidir mantenerse estable ante los acontecimientos pasajeros y las mareas kármicas de la vida.
 
Sea cual sea el número de coincidencias desagradables o agradables que nos esperan, es posible saber y recordar que ellas son, sobre todo, instrumentos para robustecer nuestra fuerza interna.
 
Las victorias suelen debilitar la voluntad, pero los obstáculos, cuando los enfrentamos con la actitud correcta, la fortalecen. Toda victoria trae la prueba del desapego. La única victoria duradera es aquella que uno obtiene sobre sí mismo.
 
Hay una simetría en el aprendizaje. Cada vez que se obtiene algo, es necesario renunciar a otra cosa. Y siempre que se pierde algo, se abre la puerta kármica a un nuevo progreso a lo largo del camino, en caso de que sepamos aprovechar la oportunidad.
 
A medida que se levanta el templo interno en la consciencia profunda del estudiante, los templos externos – las formas visibles de amparo e inspiración – corren el riesgo de perder el brillo. Pero la eventual pérdida de los templos externos es la expresión simétrica y el síntoma desagradable de algo supremamente positivo: el surgimiento más consciente del templo interior en la consciencia individual. El desapego que emerge de la pérdida posibilitará la verdadera vigilancia sin distorsión.
 
El Arte de Estar Atento
 
Cuando el aprendiz vive un momento pacífico y agradable, no debe suponer que los próximos momentos traerán, necesariamente, más hechos agradables. Y cuando el aprendiz aumenta el grado de autodisciplina, debe saber que, al contrario de lo que indican las apariencias, la necesidad de autodisciplina aumentará todavía más, de tal modo que, posiblemente, se intensificará la lucha entre el esfuerzo y los obstáculos.
 
El aumento de la autodisciplina produce una necesidad aún mayor de autodisciplina porque hace madurar porciones de karma que no han madurado todavía, pero están “en la fila” a la espera del momento para entrar en acción. La autodisciplina exige más autodisciplina porque lo semejante atrae a lo semejante. Nada puede quedarse estático en el universo o en el mundo del aprendiz de teosofía.
 
Así, el hecho de estar alerta produce un efecto bola de nieve. Exige que el estudiante pase a estar más vigilante aún de lo que preveía, y perciba, en cada momento, la totalidad de la vida. Debe ser disciplinado, pacífico y estar en contacto con el Tao, que es el Todo y la Ley.
 
Cuando se obtiene una victoria, no hay tiempo para celebraciones: es necesario prepararse de inmediato para las pruebas que la seguirán, y para las nuevas victorias que deberán ser preparadas después. Si se tiene una visión clara del rumbo a seguir, hace falta reunir voluntad. El aprendiz debe recordar que la voluntad – así como el indispensable discernimiento – se fortalece a través de la acción correcta. De este modo, fluye de manera estable el proceso del aprendizaje o discipulado laico.
 
NOTA:
 
[1] “The Nature of the Gods”, Marco Tulio Cicerón, Penguin Books, Reino Unido, 1972, 278 pp.; pp. 152-153 y también p. 54.
 
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El artículo “La Búsqueda del Discipulado Laico” es una traducción del portugués llevada a cabo por Alex Rambla Beltrán, con apoyo de nuestro equipo editorial, del cual forma parte el autor. Texto original: “A Busca do Discipulado Leigo”. La publicación en español ocurrió el 30 de mayo de 2023.  
 
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