Evaluando Una Visión Que Es
Dominante Desde el Siglo XVI
 
 
Jesús Lara
 
 
 
Jesús Lara (1898-1980) y la edición boliviana de 1947 de “Poesía Quechua”
 
 
 
Es preciso recordar que los españoles no vinieron al Perú en calidad de huéspedes, sino de invasores, esto es, de adversarios. No trajeron el regalo de una vida mejor, sino un ansia de fortuna con coraza de acero. Y después de despojar al indio de su libertad y de sus bienes, comenzaron a labrar su historia. En obras nutridas de interés y de calidad entregaron a Europa el largo pasado del imperio que la audacia de Pizarro había demolido.
 
La historia del Incario aderezada por los conquistadores fue acogida sin reservas por la civilización de Occidente. No se encontró motivo alguno para desconfiar de las prendas de solvencia con que se presentaban los autores. Declaraban éstos haber recogido el material de los propios labios de los hijos del Cuzco, quienes habrían conservado sus anales en la memoria a falta de un lenguaje escrito. Así quedaron consagradas las obras españolas que se ocupaban de los Incas, y a nadie se le ocurrió pensar en la impresión que habría causado la historia de Roma interpretada por los hunos, o la de España forjada por los árabes…
 
Los primeros historiadores coloniales, particularmente aquellos que habían viajado por tierras peruanas, se convirtieron en el cimiento sobre el que vino después a edificarse el criterio del mundo. Cieza de León, López de Gomara, Agustín de Zárate y Sarmiento de Gamboa son los cuatro ángulos sobres los que reposa la estabilidad del edificio.
 
El Tawantinsuyu no había concentrado la atención de la metrópoli solamente, sino también la de toda Europa intelectual. El oro de su suelo, rayano en la leyenda, y la riqueza de su historia, con sus episodios tan peculiares, preocuparon por mucho tiempo al pensamiento europeo. Los historiadores no tardaron en abordar el tema, a la manera de Mártir de Anglería y Robertson,  y los novelistas, como Voltaire, lanzaron a sus personajes en pos de Eldorado, en tanto que los filósofos, como Campanella, elaboraban sistemas políticos inspirados en la organización del imperio quechua. Pero todos, con excepción de los filósofos, que se apartaron de las versiones oficiales, tuvieron que alimentar sus conocimientos en las fuentes impresas, únicas de que se podía disponer. Por eso todos ellos, en particular los historiadores, captaron a los incas con ojos netamente españoles.
 
Los españoles emplearon un método propio para ver e interpretar el pasado de los indios acondicionándolo con maestría y presentándolo en una forma que les permitiera sentirse dignos de la obra de la conquista y con derecho a disfrutarla. De aquí que casi la totalidad de las obras salían a luz portadoras de un criterio extraordinariamente uniformado, casi sin contradicciones susceptibles de ser confrontadas unas con otras.
 
El primer escritor – aparte de Betanzos, Ondegardo y otros, cuyas obras no fueron publicadas sino en el siglo XIX – que visitó los escombros del imperio sojuzgado y amasó su obra con elementos recogidos en su origen, fue Pedro de Cieza de León. La “Crónica del Perú”, publicada en 1553, contiene una presentación objetiva y  minuciosa del escenario en que se desarrolló el drama del Incario. De paso, relata la historia y las costumbres de algunos núcleos de población. Estos relatos le entretienen particularmente cuando haya la oportunidad de mostrar hábitos y características que puedan colocar a los indios en el plano que los europeos tienen elegido para los salvajes. Así, les atribuye a menudo la costumbre de sacrificar sangre humana en sus ritos, les acusa de usar “pública y descubiertamente el pecado nefando de la sodomía”, y no descuida el recurso de asignar al imperio del Cuzco los colores sombríos de la tiranía. A su juicio, los indios desconocían el culto de la verdad y eran capaces de los más torpes desvaríos y de todas las depravaciones. Cieza de León es considerado aun en nuestros días como la autoridad máxima entre los cronistas coloniales, y los autores de todos los tiempos acuden a él como a una biblia.
 
Francisco López de Gomara, o Gómara como escriben algunos, fue secretario de Hernán Cortés  en la conquista de México y compuso una extensa y completa “Historia de las Indias”. En la parte que dedica al Perú coincide admirablemente con Cieza de León en sus conclusiones. Como éste, sostiene que los indios eran crueles y bestiales, y que su religión les imponía el sacrificio de hombres y de niños, y aun el de sus propios hijos. A su juicio, el gobierno de los Incas no pasó de ser una tiranía.
 
Agustín de Zárate, famoso cronista y autor de la “Historia del Descubrimiento y Conquista de la Provincia del Perú”, impresa en 1563,  parece haber considerado demasiado indulgentes a los otros autores, y emplea un rotundo tono condenatorio al juzgar a los soberanos del Cuzco; así, escribe sin vacilar lo siguiente: “… y de ahí en adelante iba sucediendo en este señorío el que más poder y fuerza tenía sin guardar orden legítima de sucesión, sino por vía de tiranía y violencia; de manera que su derecho estaba en las armas.”  Con jueces tan inexorables, cuya palabra no fue puesta en duda en el correr de cuatro siglos, no era posible esperar que el pueblo quechua se hiciese acreedor a un sitio distinto del que le tiene señalado el criterio del mundo.
 
Pero el autor que supera a todos en su capítulo de incriminaciones es Pedro Sarmiento de Gamboa. Aventurero, taumaturgo, historiador y hechicero, tuvo una larga peregrinación por mares y tierras de América. Constantemente perseguido por los tribunales del Santo Oficio, favorito del virrey Toledo, fue un extirpador de los restos del linaje incaico. Recorrió gran parte del territorio peruano, y, de acuerdo con su protector, forjó una “Historia Indica” o “Historia de los Incas” a base de presuntas narraciones de los indios más caracterizados. A fin de dar a su obra categoría de documento, recurrió al expediente de hacer comparecer ante las autoridades reales a cuarenta y dos indios cuzqueños, quienes, previa lectura del manuscrito, tuvieron que declarar que ‘ninguna otra ystoria que se aya hecho será tan cierta y verdadera como ésta, porque nunca se a hecho tan diligente ecsaminación …’. La obra, llevando al frente una fervorosísima jaculatoria a Felipe II, tomó el camino de España; pero luego se extravió por territorios de la más extraña aventura, y no encontró editor sino poco después de la emancipación de las colonias españolas.
 
La obra de Sarmiento de Gamboa puede ser considerada un perfecto modelo de ensañamiento. Según el cristal con que se mira al Incario, Manco Qhápaj fue tirano, tirano fue Sinchi Roca y todos los demás monarcas fueron tiranos. Es curioso ver cómo se deleita retratando al “tirano Viracocha”, al “tirano Topa Inga Yupangui”, al “tirano Guascar”. Por las páginas del libro desfila la sucesión de tiranías con una policromía extraordinaria, exhibiendo grandes cuadros de terror, de ignorancia y de ignominia. Los Incas eran avaros y atrabiliarios y gobernaban contra la voluntad del pueblo, mas no por libre consentimiento ni elección. En 1572, el historiador gallego culpaba a los hijos del Sol por haberse erigido en soberanos sin el consenso de sus vasallos, olvidando que en aquella misma época los países europeos se estaban debatiendo en las garras de las más fieras monarquías absolutistas.
 
Pero la “Historia Indica” no es toda la obra de Sarmiento de Gamboa; es solo una cara de la medalla. Al otro lado está la masa enorme de las “Informaciones”, escritas y remitidas por el mismo autor al rey de España. Este documento, que durmió hasta fines del siglo XIX en la Biblioteca del Escorial, y del cual los españoles han publicado algunos fragmentos cuidadosamente seleccionados, dispensa a los Incas un trato asombrosamente distinto del de la “Historia”, y elogia sin ambages su gobierno. Una muestra: “El emperador Carlos con todo su poder no sabría hacer una parte de lo que la autoridad prudentemente ordenada de los Incas obtuvo…” Se expresa así, paladinamente, al comentar la grandiosidad de las calzadas construidas por los súbditos de Cuzco en una extensión que pasaba de cuatrocientas leguas. A pesar de todo, el contenido de la “Historia de los Incas” continúa siendo el punto decisivo de apoyo para los investigadores, que aún no conceden un valor documental a las “Informaciones”.
 
Aparte de estos cuatro jueces, numerosos historiadores se dedicaron a la tarea de investigar el pasado quechua, y sus obras alcanzaron gran difusión en Europa, aunque sus aportaciones no sirvieron sino para robustecer los antiguos cimientos. Muchos de ellos son considerados también como verdaderos árbitros, y a menudo aparecen citados por los más conspicuos investigadores modernos. Acosta, Pedro Pizarro, Montesinos, Ondegardo, Fernández de Palencia, Calancha y cien más pueden entrar en esta lista.
 
Lo que en resumen nos dicen los cronistas coloniales, es lo siguiente: a), que el pueblo quechua, durante el Incario, vivió bajo un constante régimen de tiranía; b), que el despotismo español resultó una continuación benigna del de los Incas; c), que la ignorancia dirigida que España estableció en las colonias existió en el mismo grado antes de la empresa de Cajamarca; d),  que durante la Colonia  los indios vivieron en las mismas condiciones económicas y sociales que en los mejores tiempos del Cuzco; e), que España trajo los incalculables beneficios de su civilización, de sus costumbres y de su religión.
 
Son éstas justamente las conclusiones a que pretenden llegar los intelectuales que han tratado la materia en el curso de los últimos siglos. Investigadores de distintas nacionalidades (alemanes, franceses, yanquis y ante todo españoles), con el respaldo de los cronistas primitivos, sostienen que la raza indígena nunca conoció las bondades de una civilización propiamente dicha. En opinión de Humboldt, que hacia 1802 realizó largos viajes de estudio por las tierras del Perú, los vasallos del Inca no eran otra cosa que simples máquinas regidas por un dueño demasiado rígido.
 
Más o menos lo mismo piensa d’Orbigny, después de haber recorrido gran parte de Bolivia en los primeros años de la República. Según el, la masa popular del Tawantinsuyu permanecía estacionada en la ignorancia por razón de los métodos políticos centralizadores que habían implantado los monarcas. Tampoco se muestra optimista cuando le toca hablar del indio republicano, al cual encuentra en las mismas condiciones que en la época de la Conquista. D’Orbigny, con su enorme talento, podía fácilmente penetrar las causas de esa depresión; pero no quiso detenerse a inquirir un poco.   
 
Edwin R. Heat y Max Uhle, a pesar de que viajan y escriben un siglo más tarde que Humboldt, piensan en todo como él y no cesan de deplorar el destino de esta raza, cuya historia completa habría que condensar en tres palabras: dolor, ignorancia y miseria. A juicio de ellos, los indios del Perú nunca estuvieron capacitados para poseer una cultura.
 
Los investigadores europeos – no españoles – de los últimos años están representados por el francés Louis Baudin, autor de “El Imperio Socialista de los Incas”. Baudin llega, por caminos que no se parecen a los de Humboldt y los otros, a las mismas conclusiones que ellos. Se da cuenta perfecta de las contradicciones y de los intereses que palpitan en las obras de los antiguos cronistas y de los escritores modernos. Comprende que cada cual “según sus gustos, sus aspiraciones, sus ideas, sus pasiones,  ha presentado un Perú a su manera”. Así prevenido, comienza por trazar un panorama admirable de las instituciones y de la cultura del Incario, y llega a otorgar concesiones extraordinarias a los monarcas y al pueblo entero.
 
A su juicio, no hubo tiranía en ningún momento de la vida del imperio, ni de parte del Inca, ni de parte de la casta privilegiada. No había hambre ni miseria. Las bellas artes alcanzaron  un gran desarrollo. Pero Baudin se encierra en una selva bibliográfica impenetrable. Cita o consulta un mínimum de medio millar de obras. El rumbo se le hace difícil por momentos y le lleva por parajes no sospechados, para desembocar en el mismo punto a que con menos esfuerzo habían llegado otros investigadores. Baudin, como tantos otros, paga en esa forma su tributo a la sirena de la bibliografía. La voz de la minoría (Garcilaso, Valera, Herrera, Guamán Poma) desaparece frente al coro arrollador de la mayoría. Esta frase que encontramos en el capítulo XIV: “El Inca dio a su pueblo una mentalidad de esclavo”, parece copiada de Humboldt o de Sarmiento de Gamboa.
 
A su vez los españoles, desde Jiménez de la Espada hasta Ciro Bayo, abundan en justificaciones de la opresión española amontonando argumentos y remitiéndose constantemente a las gruesas recopilaciones de leyes de Indias y a la muy célebre “Política Indiana” de Solórzano, donde se puede verificar, según ellos, la constante y paternal preocupación que mostraban los reyes de España para rodear de garantías a los habitantes de las colonias. Naturalmente, no llegan a comprobar que hubiese sido cumplida siquiera una de las tantas leyes dictadas en beneficio del indio. Revalidan, con todo, la teoría de que el pueblo quechua jamás asomó a los dinteles de la cultura. Masa esclava de monarcas autoritarios y de una pequeña élite privilegiada, apenas alcanzó algunos rudimentos científicos y los balbuceos de un arte sin trascendencia. En lo demás, reproducen el pensamiento de sus antecesores del siglo XVI.
 
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El artículo “El Pueblo Quechua en el Criterio Occidental” fue reproducido de la obra “La Poesía Quechua”, de Jesús Lara, Fondo de Cultura Económica, México-Argentina, 1947, 190 páginas, ver Introducción,  pp. 9-14. Su publicación en los sitios web asociados ocurrió el 29 de diciembre de 2021.
 
El pensador boliviano Jesús Lara nació el primero de enero de 1898 y vivió hasta el 6 de setiembre de 1980.
 
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